Para poder vivir en sociedad uno necesita una excelente memoria selectiva o el poder de convocar amnesia voluntaria en cualquier momento del día que lo amerite. Vivir en sociedad es un reto diario al que estamos expuestos todos los defeños sin importar de dónde seamos, y más cuando tenemos que aguantar a los vecinos que nos rodean.
Ya sea por la lucha constante de los lugares de estacionamiento ocupados por inertes cubetas llenas de basura, o para los que vivimos en edificio, intentar mantener relaciones cordiales con la gente que nos puede asediar por todos lados.
Por ejemplo, desde que se mudaron unas personas al departamento de abajo, la mujer que lo habita ha decidido deleitarnos con su maravillosa voz, que lo que sea de cada quién canta muy bien, pero que es difícil de apreciar cuando decide cantar ‘La Maldita Primavera’ a las cinco de la mañana desde el maldito invierno.
Una vez que pasa no hay tanto problema, pero después de que reincide el problema uno comienza a maquilar estrategias malévolas para contrarrestar la falta de sueño madrugador y darles una cucharada de su propia medicina. Sin embargo, sería desconsiderado poner heavy metal a todo volumen a las cuatro de la mañana sin que varios vecinos decidan lincharme en el proceso.
Y no crean que exagero, pues existe gente que lo ha llevado a cabo por mucho menos… como la anécdota que llegó a mis oídos hace algún tiempo, pero que me hace dar gracias por los vecinos que tengo aunque me levanten temprano.
Cuenta la leyenda, que en un edificio muy, muy lejano de aquí, existió un inquilino al que le tocaron el timbre para mover su coche ya que estorbaba el paso a otro vecino. Sin embargo, al ser fin de semana y a madrugadoras horas de la mañana (las nueve en domingo son madrugadoras), el individuo que debía bajar a mover el vehículo en cuestión debía ponerse presentable para bajar a moverlo es decir, ponerse pantalones (algo que algunos vecinos deberían aprender a hacer), pero al parecer los 3 minutos que se tardó dieron como pretexto que fueran a tocarle la puerta de su departamento y amenazarlo con un bat de beisbol.
No sé en qué parte del mundo esto es normal, pero me sacaría de onda ver a alguien con un bat amenazándome por tardarme en mover el coche.
Como todo ser pacífico y quizás desposeído de un arma del mismo calibre, el muchacho decidió no abrir su puerta ante tales amenazas. Esto conllevo un duro precio a pagar: al no obtener respuesta, el vecino se bajó a romperle los vidrios al automóvil que debía ser movido.
Gracias a los daños causados por el bat de beisbol, se tomaron medidas legales para intentar correr a los inquilinos de ese edificio. Sin más qué decir, esto fracasó miserablemente, pues la demanda no se ganó ni intentando sobornar al abogado contrario.
A todo esto, el que me contó la historia propuso una interesante y poco ortodoxa solución (que el autor de este artículo no recomienda) que consistía en contratar a unos profesionales del terror y hacer que se metieran por la fuerza al departamento de los agresores y les metieran el susto de su vida. Para esto los llevarían al cuarto, los amarrarían y abrirían la llave del gas para que reflexionen sobre lo que habían hecho, aprendieran algo de respeto y quizás quitarles la mala costumbre que tienen con el bat.
Entonces de repente me imaginé a una organización encargada de poner a los “malos vecinos” en su lugar mediante el miedo en el desayuno. Así cuando ya uno viera a un par de matones tumbando la puerta, uno sabría que quizás se le olvidó separar la basura, mover el carro, dejar de gritarle a todo el edificio que ya llegó, haber puesto café como gastos de administración del edificio, no cerrar la puerta principal con llave o algo que lo hace a uno un mal vecino a los ojos de la comunidad.
Es por eso que después de esta anécdota bajo lo más rápido que puedo a mover el coche… nunca sabes qué vecino tienes hasta que te toca mover el carro.
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